Testimonio de un adicto en
recuperación
“Han pasado ya casi 3 años
desde que ingrese en una clínica de desintoxicación. No fue un paso fácil de
dar, pero sí fue el más valiente que he dado. Me hizo falta reconocer que había
llegado a un callejón sin salida, que sin ayuda ya no podía parar de consumir,
y que mi vida se había convertido en una sombra de lo que fue.
Los 75 días que estuve en la
clínica fueron realmente duros. Tuve que poner mi voluntad en manos de otras
personas, y eso me hería el orgullo. Reconozco que hice las terapias difíciles,
y que pude haberme hecho las cosas algo más sencillas, pero tenía también una
idea que me sirvió de brújula en todo momento, y que también hoy así como en el
futuro, ha de guiar mis pasos: un atroz miedo a volver a drogarme.
Cuando llegas al punto de no
retorno, en el que no hay nada que te importe más que la droga, sientes tal
vacío y tal desesperanza en el interior, que la única forma de no sentirla es
continuar consumiendo. Es a lo que los médicos llaman el refuerzo negativo. Y
es en ese camino de bajada sin posibilidad de frenar donde vas perdiendo todo
lo que te importaba: trabajo, amigos, pareja, sueños. Sobretodo, te pierdes a
ti mismo como persona, y lo que queda cuando miras al espejo es un desecho de
lo que un día fuiste, y una deformada imagen de lo que querías ser. Esa
realidad, la realidad pura y dura de la adicción, resulta sórdida, amarga,
solitaria, y a la postre: enloquecedora.
Todavía conservo esas
sensaciones en mi memoria. Las llevo guardadas en un sobre para que cada vez
que se me pase por la cabeza la posibilidad de consumir, me recuerden dónde
volvería en cuestión de días, por no decir horas.
Por suerte, algo que no perdí
en aquella pesadilla de mi enfermedad fue mi familia. Ellos me ayudaron en mi
ingreso, y hoy los conservo a mi lado con satisfacción.
En el tratamiento comprendí
que tengo una enfermedad crónica, de por vida, y que debo cuidarme un poquito
más de lo que necesita una persona normal. Además de la abstinencia, necesito
sentirme bien conmigo mismo. Necesito actuar según mis valores, seguramente
para compensarme por todas las veces que necesite apartarlos para consumir.
También mi enfermedad, y mi
tratamiento para entenderla y controlarla, me han aportado regalos
insospechados y muy valiosos. He aprendido a valorarme: a saber decir que no, y
a aceptar que algunas personas no me acepten. Lo que más valoro es mi
bienestar, y el de los míos, e intento obrar en consecuencia sabiendo que la
base para construir una vida que me llene y que me haga sentir bien es no
volver a consumir.
Recuerdo poco antes de
ingresar e iniciar mi andadura en la parte positiva de mi enfermedad, que
busqué información sobre los centros donde podía recibir ayuda. En una página
web encontré un testimonio que me pareció tan representativo de lo que yo estaba
sufriendo, que ahora con la perspectiva que da el tiempo creo que fue una de
las cosas que más influyó para decidirme a dar el paso de pedir ayuda
profesional. Recuerdo con una mezcla de emociones que estuve más tiempo
intentando dejar de consumir por mi cuenta, que disfrutando de la droga. Y
hasta que no acepté que por mis propios medios no podía, no lo conseguí.
Sinceramente, espero que este nuevo testimonio, ahora escrito por mi a modo de
sincera deuda saldada, sirva para ayudar a quién lo lea en busca de
comprensión, y que vuelvan a pesar estas palabras a la hora de tomar el camino
de la recuperación.”
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